Una parodia complementaria para todo lector crítico del blog del Señor de la Cigoña.

jueves, 8 de septiembre de 2011

08-09-2011 Un obispo muy "obediente" al Papa El de Great Falls-Billings (USA), Michael Warfel


Bueno, esta vez la cigüeña denuncia a un obispo (nada nuevo bajo el sol) que se pasa por su báculo los documentos sobre el modo extraordinario del rito romano (sin novedad en el frente). Está bien reclamar porque se cumplan las disposiciones de la Santa Sede, pero quiero comentar dos tipos de cagadas. Una es claramente visible y antievangélica. La otra es mucho más sutil y es la mancha de la que uno no se da cuenta que lleva en la chaqueta hasta que se lo indica otra persona.

La gran cagada viene de la mano con esta afirmación cicornia planteada a modo de duda:

¿Hay que obedecer a los obispos que no obedecen al Papa?

Es fácil sacar una frase del Evangelio, del mismo Jesucristo, a relucir: Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen. (Mt 23, 3) Pero siendo honestos, la comparación no es del todo perfecta, porque un obispo de la Iglesia católica no es un fariseo o un escriba de los tiempos de Moisés, aunque a veces se comporte como tal. El obispo goza de una jurisdicción dada por el vicario de Cristo en la tierra, que surge del propio Cristo fundante de la Iglesia y que es algo más que un poder humano que se hereda por haber nacido en una familia determinada. No obstante, la máxima evangélica resume la actitud del fiel muy bien. Pues todo fiel está obligado a venerar y obedecer y proteger esa jurisdicción viendo en su obispo a Cristo Señor, pero dejando de imitarle cuando deja de ser Cristo Señor y pasa a ser un mercenario.

Por tanto, la incitación a romper los vínculos de jurisdicción episcopal, fuera de cuando hay claramente un pecado de rotura de la comunión eclesial (como sería un pecado contra la fe) y no un mero debate legal al modo de los escribas y fariseos, supone el ponernos fuera de Cristo y por tanto de la Iglesia. Es lo que algún ínclito apolojeta (sí, con j) llamaría "acto cismático" y que muchos (por eso llevan la j de jeta) piensan que sólo se produce en una especie de aliens católicos llamados lefebvristas. 

La conclusión es obvia: en temas disciplinares dudosos, hagamos lo que nos digan pero no lo que ellos hacen. La opción simple ante el abuso disciplinar es la denuncia a la autoridad competente y la vía de la corrección y luego toda la buena voluntad e industria humana sanada por la gracia para no hacer lo mismo y revertir la situación. Sólo cuando peligra la unidad de la fe es cuando se tiene potestad para  romper con el que ya ha roto y oponerse al que se ha hecho resistible. Una potestad que no es absoluta, sino que debe ser sumisa al que tiene la suprema potestad en la Iglesia, sometiéndose a su juicio. Así lo hizo un laico, llamado Eusebio, en su día contra su obispo Nestorio cuando este alteró la fe en Cristo, oponiéndose públicamente al mismo. Pero nada se logró hasta que no intervino la suprema potestad de la Iglesia.

Esta cagada de incitar a la rebelión contra la potestad de jurisdicción en temas disciplinares es obvia a cualquiera de mente católica. Una vía muy apetecible y tentadora, pero poco práctica si miramos la historia de la Iglesia. La vía de la santa industria y ejemplaridad (que es la que encontramos en tantos santos calificados de rebeldes) es menos tentadora, más difícil, pero más efectiva. Quizás porque cuenta con la gracia. Se obedece en lo esencial y necesario pero se ponen todos los recursos permitidos humanos y divinos para revertir la situación sin perder la paz.

Un ejemplo en el extremo de las argucias legales sin romper la comunión de fe es la alusión a la Suprema Ley de la Iglesia y el Estado de Necesidad de Monseñor Lefebvre y ya sabemos lo que se jugó (que no fue sino su alma inmortal) con todo lo que está por dilucidarse y todas las potestades alzadas en su contra. Toda una jugada maestra de la providencia para el que ve la cosa desde lo alto de la historia de la Iglesia y un momento único e irrepetible que necesita hombres únicos en cuyo pellejo no me gustaría estar, aunque da sana envidia por haber sido designados por Dios para ejercer de pivotes de la historia. De momento y a ese obispo francés que muchos dan por cismático y condenado, mi familia y yo le debemos que en nuestra diócesis (donde no hay lefebvristas ni nunca los ha habido) hayamos podido asistir con toda la reverencia debida y dentro de la comunión de la Iglesia a la Santa Misa en la forma en la que asistieron tantos santos cotidianamente y donde se contempla sin tapujos el misterio del sacrificio de Nuestro Redentor de forma visible y audible, espiritualmente inteligible y adecuada al fiel menos instruído. Es de bien nacidos ser agradecidos (y esto para todos los que gustan de la forma extraordinaria) y no habría regalo del Papa si no hubiera existido Monseñor Lefebvre. Dondequiera que esté, que con la convicción de la esperenza será el cielo, Dios no dejará de tener en su cuenta ese bien realizado con personas desconocidas. Dos citas, una de un Santo Padre y otra de una tesis doctoral actual en la Gregoriana dan una imagen de la complejidad del momento histórico que no es nuevo:

San Agustín, en su libro “Sobre la verdadera religión” (cap. 6, 11), habla de los católicos injustamente excomulgados que, por la paz de la Iglesia, soportan pacientemente esta afrenta inmerecida. Y termina diciendo: “A esos, el Padre, que escudriña el interior, coronará secretamente. Parece rara esta categoría de hombres, pero ejemplos no faltan, y son más frecuentes de lo que uno podría creer”.

La Universidad Gregoriana de Roma aprobó la tesis del padre americano Gérald Murray, que afirma: “El examen de las circunstancias en las que Mons. Lefebvre procedió a consagrar obispos a la luz de los cánones 1321, 1323, 1324, provoca al menos una duda significativa, incluso una certeza razonable contra la validez de declaración de excomunión pronunciada por la Congregación de los Obispos (...) Sus convicciones (de Mons. Lefebvre) subjetivas sobre el estado de necesidad que él alegó fueron pura y sencillamente omitidas, cuando el Derecho Canónico ordena que el hecho de tener una convicción de este tipo y actuar en consecuencia, incluso estando equivocado, libra a la persona de incurrir en la pena latae sententiae” (The latin Mass Magazine, fall 1995).

Pero volvamos al obispo díscolo denunciado. La cagada más sutil y menos obvia, es el análisis de lo que ha hecho este obispo, que no es sino aplicarse a los documentos tal como tantos otros obispos se han aplicado. ¿Quien dice que la mente del Papa está claramente definida contra el sector de la Iglesia que se opone a la reforma litúrgica? ¿Quien dice que la mente del Papa no es la conciliación de lo inconciliable antes que la reforma?


¿No estarán pecando de lo mismo que hace ese obispo, solo que sin ser obispos? Eso es todo un debate que lleva a que ya tengamos una instrucción posterior al Summorum Pontificum y que aún así la cosa todavía no esté nada clara y sigamos en las mismas. Y si no, que le pregunten a Monseñor Munilla, para quien celebrar en la forma extraordinaria aparte del obispo no muestra visiblemente la universalidad de la Iglesia, pero de eso la Cigüeña calla sibilinamente, como calla que en la JMJ2011 o nuevo pentecostés de éxito humano tras el cual todo sigue igual, el modo extraordinario no haya sido celebrado por los obispos de la casa ni siquiera por el Papa para mostrar su mente con más claridad. ¿Será que es verdad que no es pastoralmente adecuado?. A lo mejor, ese no celebrarlo y callar ante el desprecio cotidiano, es un modo de mostrar la mente. Aunque para otros es ciertamente mostrar debilidad ante una curia dividida como la misma Iglesia. Y ahí seguimos. Disciplina va, indisciplina viene, cuestiones legales de escribas y fariseos sentados en la cátedra de Moises, mientras Jesucristo espera en el templo a cada uno. La cigüeña en su crotorar llamando a las armas, ignora las causas contra las que hay que dirigirlas y se queda en los detalles de un obispo que sólo hace interpretar la mente del Papa, cuando es algo que debía estar claramente asequible para todos sin más interpretación que la del mismo Papa so pena de caer en el modernismo condenado por San Pio X.

M.D.

3 comentarios:

  1. ¿Pero entonces está usted insinuando que el Papa es el responsable del desconcierto?

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  2. ¿Y qué decir de los documentos de la Santa Sede? ¿No expresan la mente del Papa?

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  3. Decir que la suprema potestad de la Iglesia tiene una responsabilidad de gobierno no es hacerle responsable del desgobierno, sino indicar donde está la solución.

    En cuanto a los documentos, son papel mojado cuando lo que dicen se torea entre argucias más o menos legales por los que tienen el poder y obligación de aplicarlos. Esa es la tarea del buen gobierno: llevar a la Iglesia al bien sobrenatural de todos y no al bienestar de unos pocos para seguir haciendo lo que les da la gana.

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